De pronto, sentí sus dedos sobre los míos, manteniéndolos quietos.
—Parece que estás algo nerviosa hoy, ¿no? —murmuró.
Levanté la mirada, intentando soltar una contestación sarcástica, pero su rostro estaba más cerca de lo que esperaba. Sus ojos pendían apasionados a pocos centímetros de los míos, y notaba su aliento frío contra mis labios abiertos.
Ya no podía acordarme de la respuesta ingeniosa que había estado a punto de soltarle. Ni siquiera podía recordar mi nombre.
No me dió siquiera la oportunidad de recuperarme.
Si fuera por mí, me pasaría la mayor parte del tiempo besandolo. No había nada que yo hubiera experimentado en mi vida comparable a la sensación que me producían sus fríos labios, Eran duros como el mármol, pero siempre tan dulces al deslizarse sobre los míos. Por lo general, no solía salirme con la mía.
 
